"Ninguno antepuso dinero o fama a su obra", dice Xavi Ayén, el cronista que escarbó en las vidas de 16 galardonados.
El periodista literario Xavi Ayén y el fotógrafo Kim Manresa han viajado por todo el mundo para charlar reposadamente y convivir durante días con dieciséis premios Nobel de Literatura. Sus entrevistas y fotos aparecen ahora reunidas en el libro Rebeldía de Nobel, que acaba de aparecer en España. Ayén cuenta su experiencia:
¿Qué han aprendido junto a los grandes de la literatura?
Hemos aprendido mucho sobre las cualidades humanas que llevan a la excelencia literaria. Ninguno de los entrevistados antepuso dinero, fama, prestigio social o comodidades a su obra. Algunos conocieron la pobreza, la cárcel. Todos tuvieron una tenacidad rayana en la obsesión, sin aceptar límites.
Sus entrevistas versan más sobre las condiciones vitales de los Nobel que sobre su obra.
Cualquiera tiene hoy acceso al libro de un Nobel. Pero pocas pueden entrar en su vida.
¿Qué une a estos Nobel? ¿La rebeldía del título de su libro?
Todos son personalidades singulares. Comparten la fe absoluta en la literatura y la tenacidad. La mayoría están comprometidos en alguna causa, social, política o humanitaria. Pero, sobre todo, son rebeldes porque su obra dinamita los lugares comunes del lenguaje, las convenciones sociales y las visiones hegemónicas en nuestras sociedades. Su actitud va mucho más allá de sus convicciones políticas y tiene que ver con la función última del artista.
A diferencia de las suyas, las entrevistas con escritores suelen ser hoy cortas y en serie.
Existe el peligro de que acaben pareciéndose a las de los actores de Hollywood. La prensa seria debe combatir esa tendencia con entrevistas en profundidad.
Los escritores, y más los Nobel, son celosos de su tiempo. ¿Cómo consiguieron embarcarles en entrevistas tan largas?
Hemos recurrido a todo tipo de métodos: desde gestiones de embajadas hasta llamadas de amigos, pasando por sus agentes o familiares. Hemos perseguido a los Nobel con la misma obstinación con que ellos escriben su obra. Y un requisito indispensable: conocíamos bien toda su obra. No ha sido un trabajo rápido. Empezamos hace cuatro años y medio.
¿Cuáles fueron los mejores momentos de su periplo?
Fueron varios. Con Kenzaburo Oé en Tokio, por ejemplo: fue el primero y marcó el tono de los demás. Gabriel García Márquez en México: habló tras muchos años de silencio y anunció que había dejado de escribir. Wole Soyinka en Lagos y Abeokuta: fue el más hospitalario, nos invitó a su casa de la selva, nos paseó por Lagos y por su aldea natal. Orhan Pamuk en Estambul: cuando la prensa internacional decía que había huido a los Estados Unidos por las amenazas de los extremistas, lo entrevistamos en su casa. Naguib Mahfuz en El Cairo: fue su última entrevista.
¿Qué sintieron cuando Gabo les dijo "he dejado de escribir"?
Lo dijo con tanta naturalidad, y reservándose entonces -coquetamente- la posibilidad de que un día pudiera desdecirse, que no reparamos en la trascendencia de su anuncio hasta horas después, al editar el material. Centenares de periódicos en todo el mundo reprodujeron la noticia.
¿Qué han aprendido junto a los grandes de la literatura?
Hemos aprendido mucho sobre las cualidades humanas que llevan a la excelencia literaria. Ninguno de los entrevistados antepuso dinero, fama, prestigio social o comodidades a su obra. Algunos conocieron la pobreza, la cárcel. Todos tuvieron una tenacidad rayana en la obsesión, sin aceptar límites.
Sus entrevistas versan más sobre las condiciones vitales de los Nobel que sobre su obra.
Cualquiera tiene hoy acceso al libro de un Nobel. Pero pocas pueden entrar en su vida.
¿Qué une a estos Nobel? ¿La rebeldía del título de su libro?
Todos son personalidades singulares. Comparten la fe absoluta en la literatura y la tenacidad. La mayoría están comprometidos en alguna causa, social, política o humanitaria. Pero, sobre todo, son rebeldes porque su obra dinamita los lugares comunes del lenguaje, las convenciones sociales y las visiones hegemónicas en nuestras sociedades. Su actitud va mucho más allá de sus convicciones políticas y tiene que ver con la función última del artista.
A diferencia de las suyas, las entrevistas con escritores suelen ser hoy cortas y en serie.
Existe el peligro de que acaben pareciéndose a las de los actores de Hollywood. La prensa seria debe combatir esa tendencia con entrevistas en profundidad.
Los escritores, y más los Nobel, son celosos de su tiempo. ¿Cómo consiguieron embarcarles en entrevistas tan largas?
Hemos recurrido a todo tipo de métodos: desde gestiones de embajadas hasta llamadas de amigos, pasando por sus agentes o familiares. Hemos perseguido a los Nobel con la misma obstinación con que ellos escriben su obra. Y un requisito indispensable: conocíamos bien toda su obra. No ha sido un trabajo rápido. Empezamos hace cuatro años y medio.
¿Cuáles fueron los mejores momentos de su periplo?
Fueron varios. Con Kenzaburo Oé en Tokio, por ejemplo: fue el primero y marcó el tono de los demás. Gabriel García Márquez en México: habló tras muchos años de silencio y anunció que había dejado de escribir. Wole Soyinka en Lagos y Abeokuta: fue el más hospitalario, nos invitó a su casa de la selva, nos paseó por Lagos y por su aldea natal. Orhan Pamuk en Estambul: cuando la prensa internacional decía que había huido a los Estados Unidos por las amenazas de los extremistas, lo entrevistamos en su casa. Naguib Mahfuz en El Cairo: fue su última entrevista.
¿Qué sintieron cuando Gabo les dijo "he dejado de escribir"?
Lo dijo con tanta naturalidad, y reservándose entonces -coquetamente- la posibilidad de que un día pudiera desdecirse, que no reparamos en la trascendencia de su anuncio hasta horas después, al editar el material. Centenares de periódicos en todo el mundo reprodujeron la noticia.
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