Tuesday, October 10, 2006

Consumistas del mundo, estais hundidos. (I)
Ramón Pedregal Casanova

“... no hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe.”

Fahrenheit 451. Fuego brillante.

Ray Bradbury.


“Cuando el individuo siente la comunidad se resiente.”

“Un mundo feliz.”

Aldoux Husley.


El pulso entre Huxley y el tiempo lo sigue ganando Huxley. La antiutopia de “Un mundo feliz” en vez de constreñirse crece ocupando firmemente áreas y más áreas de nuestra vida. El autor prefirió claridad y forma convencional a la hora de exponer sus ideas futuribles. Ese intento de escribir un texto de forma sencilla, que facilitase la comprensión de la historia y la idea que encerraba, se veía contrapesada por el temor de que su novela pudiese ser objeto de distracción más que de preocupación. Huxley creía ver en peligro de desaparecer las vivencias personales a manos del entretenimiento vacío, fatuo. Huxley había vivido en la Italia de Musolini y había leído sobre la Rusia de Stalin, y con sus vivencias y sus lecturas proyectó al futuro lo que consideraba iba a ser la nota dominante en los siglos venideros.

Aquí me voy a detener para observar las circunstancias históricas que se dieron y algunas obras literarias que las metaforizaron a través de las vidas de sus personajes:

Si los moldes políticos, económicos y sociales no son suficientes, no son receptores adecuados, se rompen. En literatura, la desaparición de sistemas de pensamiento, de organización, de producción, se reflejarán con las nuevas formas de pensar y la visión del mundo que las asiste.

Hamsun habla en “Hambre”, finales del siglo XIX, de lo que no se quiere saber cuando parece que no pasa nada. Gorky publica “La madre” en 1906 y habla de la situación en Rusia. En 1914 el positivismo y la razón, alimentados en el siglo XIX, habían encontrado su fosa. Triunfa la Revolución Soviética. Terminada la Primera Guerra y recibida la paz con gran alborozo, el conflicto seguiría latiendo debido a muchos problemas fronterizos de influencia e imposición. Conforme pasasen los años irían derramando su sombra más y más negra sobre el continente.

Spengler, después de largos años de labor, consigue publicar en 1918 su obra “La decadencia de Occidente”. Kafka, que había leído a Hamsun, escribe “La metamorfosis” reflejando una sociedad que se debate contra lo perturbador, toda la obra de Kafka muestra lo que no se quería saber.

La experiencia dejada por la Primera Guerra es recogida en obras como “Las aventuras del soldado Schwejk”, publicada en 1921, en la que el hombre de la calle se emplea como un pícaro para salvarse de ir al frente, y si no se libra hace lo posible para escurrirse cuanto pueda.

Un año más tarde sale una obra de título aterrador: “Los últimos días de la humanidad”, de Karl Kraus, donde se da por terminada la concepción del mundo que llega hasta 1914. Karl Kraus arremete contra la Primera Guerra mostrando la destrucción absoluta y la impresión que gravó en la gente; impresión de final del mundo con la que se vivió hasta pasada la Segunda Guerra. Las observaciones funestas, de epitafio, después de la Primera se sucedían, nadie quería saber nada excepto los alemanes que pateaban el suelo con sus botas.

En 1927, al otro lado del Atlántico, los condenados a muerte Sacco y Vanzetti, anarquistas, son ejecutados para escarmentar al movimiento obrero, y lo que provocan sus asesinos es el efecto contrario: la mayor movilización obrera de su tiempo. Era una señal de la crisis que iba creciendo.

En 1928 Huxley publica “Contrapunto”, una burla de las clases altas de Inglaterra y del mundo intelectual que las acompaña, gentes que viven sobre las ruinas del mundo caído y lo añoran.

En 1929 irrumpiría lo que se dio en llamar La Gran Depresión. De su atmósfera y sus consecuencias podemos leer “Las uvas de la ira”, de Steimbeck, o “Muerte de un viajante”, de Arthur Millar. El periodo que se dio en llamar La Gran Depresión es la evidencia del fracaso del capitalismo. EEUU llegó a situarse al borde de la desaparición.

En 1930, Musil dejó para la historia de la novela “El hombre sin atributos”, en ella muestra al hombre como una masa informe, manejable, sin características humanas, el producto obtenido tras la pérdida de la sensibilidad individual. Se anunciaba el enfrentamiento bélico que iba a venir, se respiraba la amenaza de un hundimiento aún mayor: el nazismo estaba a punto de alcanzar el poder en Alemania, donde otra gran depresión repartía hambre y calamidades entre la población. Los gobiernos iban a dejar hacer. La mayor parte de la burguesía europea como clase en el poder era nazi o prefería a los nazis antes que a los cambios sociales desde abajo, cambios que prometían las movilizaciones obreras de aquellos años.

Cuando “Un mundo feliz” se publico, en 1931, Huxley declaraba que la novela tendía la vista a un futuro de por lo menos 600 años. En España triunfa la II República y abre las puertas a la democracia, en 1936 los militares fascistas dan un golpe de Estado y estalla la guerra, triunfo fascista con el apoyo de las potencias occidentales. En 1939 estallaba la Segunda Guerra Mundial y cuando se cumplían 15 años de la publicación de “Un mundo feliz”, 1946, el autor declaró refiriéndose a su antiutopía: “Hoy parece posible que tal horror se implante entre nosotros en el plazo de un solo siglo. Qué ha ocurrido en este tiempo para que se confirmen o se invaliden las previsiones que hacía”. Con “Un mundo feliz”, Huxley mira al futuro y dibuja una sociedad en la que la gente no tiene memoria, ignora su pasado o sin haber aprendido nada se burla de él. Además, los que son “distintos”, los “inadaptados”, los que “tienen memoria”, los que piensan, aprenden y sienten son conducidos a zonas alejadas. En su conjunto se nos muestra una sociedad de convencidos y autosatisfechos. Para colmo los miembros convencidos y autosatisfechos de la sociedad, entierran las inquietudes que les surgen bajo el efecto del “soma”, la droga que les hace ignorar lo que uno piensa o siente y les mantiene distraídos, son seres amorfos, vacíos, que no dan sentido a su vida. El “soma”, se nos dice en la novela, es la droga que permite olvidar las inquietudes, los deseos, las aspiraciones, es una droga que somete los impulsos humanos, pero... no consigue hacerlos desaparecer. Los planificadores de esa clase de sociedad, buscan acabar con los sentimientos para que la gente conciba la ignorancia como el mejor estado personal, y así obedezca, cumpla ciegamente lo que se le dice que es la vida: la monotonía que envuelven con el nombre de destino. En “Un mundo feliz” a la gente se la educa para que evite el nacimiento del sentido en cada acto que llevan a cabo, para que no piense nunca, y de este modo no se le grave o, simplemente, se le borre la conclusión que pueda sacar de la experiencia, adquiera conciencia de sus actos; a la gente se la educa para que le resulte imposible entender, el poder quiere que la gente no lea algo sustancioso, busca que a la gente se le anule la capacidad de discernir, que no entienda los significados, que no haga interpretaciones, que no piense en lo que como persona expresa con cada uno y con el conjunto de los actos de su vida.


( II )


Al lector le es fácil entender por qué en “Un mundo feliz” la reproducción de seres “humanos” es dirigida biológicamente para obtener individuos condicionados según las necesidades de esa sociedad, y la mayor necesidad de esa sociedad es crear consumidores, consumidores como drogadictos enganchados, gentes que necesitan comprar todo lo que sale al mercado, comprar y comprar continuamente haciendo depender su vida del sistema social basado en el consumo. Luego cuán importante es la producción de artículos orientados al consumo para contener a la población fiel y sin pensar. Los Epsilon, Alfa y Beta, las castas en que se clasifican esos seres, que además aman su destino social, solo pueden consumir para vivir: su única aspiración es tener y tener individualmente. A ese estado de cosas, a esa dependencia del tener le llaman “estabilidad social”. Esta clase de individuos se reafirman diciendo y propagando frases como: “Todo cambio constituye una amenaza para la estabilidad”, o “la heterodoxia amenaza a la propia sociedad”. El contexto expuesto en la novela lo pide. La población escucha y asume una campaña que las altas instancias desarrollan contra la Historia bajo eslóganes como este: “La Historia es una patraña”, o aquel otro: “lo moderno es olvidar”.

En “Un mundo feliz” se nos informa de que también en el pasado hubo una guerra, una guerra devastadora que llegó hasta el punto en que la gente sólo quiso paz a cambio de abandonar “la verdad y la belleza”. De la verdad y la belleza el poeta romántico John Keats decía que eran aspectos irrenunciables de la vida: “La belleza es verdad y la verdad belleza, no hay nada más importante que saber en la tierra”. Los personajes de “Un mundo feliz”, renunciando a eso que dice Keats que hay que saber en la tierra, renunciando a saber como fruto envenenado de la guerra, aceptarían la mentira, la hipocresía, como basamento de los pilares sociales. Huxley decía que había tres tipos de inteligencia: la inteligencia humana, la inteligencia animal, y la inteligencia militar. Para los Alfa, Beta y Epsilon los conceptos de verdad y belleza dejaron de tener sentido y “aceptaron que regularan sus deseos”, “cualquier cosa con tal de tener paz”, “... la felicidad tenía su precio”. La felicidad del idiota encuentra aquí su exponente máximo. En 1930, casualidades de la vida, Bertrand Russell publicó “La conquista de la felicidad”, aportación, bien distinta, al momento por el que se pasaba y a la historia de la filosofía moderna. Esto me hace recordar que los EEUU han elevado “la felicidad” a rango de Ley Constitucional, sus ciudadanos tienen derecho a “la felicidad”. En “Fahrenheit 451” de Bradbury, el jefe de bomberos quemadores de libros pregunta a su compañero Montag: “¿Qué queremos en este país por encima de todo?: ser felices.”

Hay otro aspecto que me llamó la atención en “Un mundo feliz”: uno de los pocos autores que se permite leer a la población consumista es George Bernard Shaw, a los restantes autores se les ha hecho desaparecer, y entre estos últimos se apunta expresamente a Shakespeare. O sea, Bernard Shaw es para Huxley un autor que favorece ese tipo de sociedad. Me he preguntado por qué se contrapone un autor a otro. Pensando en Shakespeare, he encontrado que el dramaturgo inglés, habla del padre y la madre, temas prohibidos para los personajes de “Un mundo feliz”, sería una referencia a lo ocurrido, a la Historia. Además el dramaturgo del siglo XVII es pasional, es vital, pone por delante la memoria, invita a conocerse y para eso actualiza el pasado. También en “Contrapunto”, esa obra señalada con anterioridad en la que Huxley se burla de las clases altas de Inglaterra y de las castas intelectuales que van tras ellas, Huxley, decía, crea un personaje protagonista que defiende el pasado como “aquél estado natural” al que habría que volver para recuperar la vitalidad social, no cambiar, no renovarse, si no volver atrás. Quiere la Historia no para aprender de ella y cambiar si no para instalarse en el pasado. Se dice que ese personaje toma como referencia a D. H. Laurence, escritor que resultaría colaborador de los nazis. Pero ¿cuál es el conflicto de Huxley con George Bernard Shaw?. George Bernard Shaw, irlandés, feniano, o sea irlandés con cierta raíz socialista, a favor de la independencia de Irlanda de la imperial Inglaterra, dramaturgo contemporáneo de Huxley, George Bernard Shaw piensa en el cambio de los individuos a través de un plan, un plan que termine con el pasado injusto y sirva para transformar la sociedad y que la del futuro sea más justa, teoriza sobre la transformación social, eso que da tanto miedo a la burguesía. Huxley se quedó en lo del “plan”, prefería la sociedad que se aferraba al pasado que a la nueva que implicaba reparto social, la burguesía agitó como propaganda la idea de una planificación por medio de la cual todos serían seres insustanciales y vacios. Bernard Shaw pensaba que a los seres humanos se les podía sacar de la ignorancia y el atraso cambiando las condiciones y mejorando el reparto social. En “Pigmalión” hace decir a su personaje Higgins: “-Tranquilícense ustedes. Mis intenciones son las mejores del mundo. Quiero tratarla (a Elisa, la chica que ha recogido de la calle) con todos los miramientos posibles. Cuento con la colaboración de usted para moldearla y adaptarla a su nueva posición.” Huxley sacaba provecho para la propaganda reaccionaria de algunos de los términos empleados. También recuerdo otro texto donde aparece la diferencia entre los que añoran el pasado como garante histórico de su supremacía, y los que añoran un futuro en el que prevalezca la búsqueda de un mundo mejor repartido: en el “Ulises” de James Joyce, Shakespeare es una figura importante. Vamos al capítulo 2: Stephen, protagonista, es irlandés, feniano y pensador. Atendamos a la actitud de Stephen, que es maestro, ante un niño que ha sido castigado por el Director del colegio y patrón Sr. Deasy a trabajar en una hoja encabezada por la palabra “Cálculos”; este título es todo un indicio. Stephen ayuda al niño a comprender y resolver los problemas para que pueda ir a jugar con los amigos, que entonces alborotan en el patio. Cuando el sr. Deasy va a indicar a Stephen que se acerque a su despacho porque le tiene que pagar la semana, observa el jaleo que arman los niños, y decide que el maestro espere “hasta que restablezca el orden”; otro indicio. A su vuelta el Director le paga la semana a Stephen y, con el dinero por medio, dice a su empleado: “El dinero es poder, ... Yo sé, yo sé. Si la juventud supiera. ¿Pero qué dice Shakespeare?”: “No pongas más que dinero en tu bolsa”. ... “El sabía lo que era el dinero.” Conociendo la postura política de Stephen sobre Irlanda, los rebeldes independentistas y la justicia social, y viendo su actitud distante, el director del colegio le asaeteara: “Ustedes los fenianos ...” Más adelante dará su opinión condicionada: “- Me parece que usted no nació para maestro”, Stephen contesta: “- Más bien para aprender”. Podríamos seguir leyendo, pero es suficiente para conocer cómo era un irlandés feniano y cómo era un inglés bajo el espíritu de Shakespeare, interpretado por el patrón Deasy o por el mismo Huxley. George Bernard Shaw y Stephen, buscan la libertad de su país, y a través de la educación, piensan en la transformación social porque conocen el pasado, esperan resultados de felicidad y belleza. Shakespeare y el patrón Deasy, tienen como objetivo poner en su bolsa “solo dinero”.

Huxley, temía el cambio social que creía que se podría llevar a cabo tras la mal cerrada Primera Guerra, tomó partido por los que miraban al pasado como la salvaguarda del orden establecido sobre la injusticia, y consideraban a la revolución social y a los soviéticos enemigos de ese orden. Su mirada hacia el futuro es catastrófica, y bajo esa concepción del mundo que habla de la igualdad social lograda a base de hacer únicamente consumistas e ignorantes del pasado, seres atolondrados y manejables, reparte nombres entre los personajes planificadores de “Un mundo feliz” que, aunque algo cambiados, nos remiten a los ideólogos revolucionarios y dirigentes más reconocidos, se llaman Lenina, por Lenin, Bernard Marx, no Carlos Marx, lo que hace suponer que el nombre de Bernad es atribuible a su, parece ser, indeseado George Bernard Shaw, otro personaje se llama Trosky; no hay ninguno que se llame ni Mussolini, ni Hitler, y eso que eran bien conocidos entonces, pues ostentaban el poder o llevaban tiempo rondándolo y ya se anunciaban como próximos dueños. El nazismo y el fascismo se asentaban y crecían, pero los gobiernos y los pensadores, como Huxley, miraban interesadamente a otro lado.

Huxley expresa el miedo de la burguesía de su tiempo a la revolución social manipulando las definiciones de los términos, falsificando lo que representaban esos dirigentes revolucionarios, mostrando una sociedad de seres vacíos que se basarían en el consumismo y en el desconocimiento de su pasado, de aquello que es la base de su realidad, Huxley se expresa a partir de una intención conscientemente contrarevolucionaria, haciendo creer que la supuesta igualdad sirve para hacer autómatas, ignorantes y consumidores. Queriendo hacer ficción contra la revolución social expuso las características del capitalismo que hoy vivimos, un sistema necesitado de autómatas, ignorantes y consumidores que obedecen a la consigna de “hay que consumir para sostener la sociedad”. Esos seres, esos ciudadanos sin capacidad ciudadana, a los que se arrea como ganado, tratados con el desprecio que significa hablar de ellos con términos tales como recursos humanos, y alabados con la voz halagadora del cínico, educados como autómatas, hechos día a día y año a año ignorantes y consumistas ciegos, constituyen la espina dorsal del sistema capitalista. Un personaje de la novela, que es escritor, dice de su oficio: “- ... Hay que emplear palabras como rayos X, que atraviesen.”

Las palabras que escribió Huxley atraviesan nuestro tiempo y atraviesan al lector.


Título: Un mundo feliz.

Autor: A. Huxley.

Editorial: Alianza.

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