Sunday, September 17, 2006

Jacques Lacan (1901-1981)
Interpretar la cultura desde el psicoanálisis

Por silvia Ons*

Hace 25 años moría uno de los hombres clave del pensamiento del siglo XX. Seguidor y actualizador de las enseñanzas de Sigmund Freud, al psiquiatra francés lo guiaba el deseo de remover el espíritu de un freudismo aletargado que había olvidado la virulencia de sus orígenes. En contacto con el surrealismo, conoció la modernidad filosófica de la mano de Koyré y de Kojève y, lector infatigable, hizo de lo inasible su propio estilo.

"No saben que les traemos la peste”, le dijo Sigmund Freud a Carl Jung frente a la Estatua de la Libertad, cuando viajó invitado a la Clark University. Años después, Jacques Lacan advirtió que Freud se había equivocado, ya que había creído que el psicoanálisis sería una revolución para América cuando, en realidad, fue América la que devoró su doctrina retirándole su espíritu de subversión.

El deseo de Lacan fue el de en reintroducir esa plaga en el espíritu de un freudismo aletargado que, después de haber sobrevivido al fascismo, había olvidado la virulencia de sus orígenes. Haciendo suyas las palabras del poeta Virgilio, el creador del psicoanálisis había dicho: “Si no puedo conciliar a los dioses celestiales, moveré a los del infierno”. Lejos de su afinidad con esa gesta, el psicoanálisis se había puesto al servicio de una adaptación al orden vigente, a ese orden tan criticado por Freud.

Lacan considera que ese hecho no obedece sólo a un avatar coyuntural: el psicoanálisis está amenazado desde su nacimiento mismo, diría, y toda su enseñanza parte de no haber olvidado nunca este principio.

Ya que se sabe que cuanto mayor es la fuerza de una verdad, mayor será la fuerza que intentará ahogarla y transformarla en un saber digerible, comprensible y sin consecuencias. Lacan quiso, a su vez, que su escritura no fuese un hueso sencillo de roer, como tampoco lo es nuestro inconsciente, como no lo es nuestra singularidad. Suele acusárselo de críptico, de barroco –pero sólo por los que no entienden que del propósito de que el psicoanálisis no fuese amordazado por el saber libresco Lacan forjó un estilo.

Se lo sentencia de oscuro, cuando su objetivo más acuciante fue precisamente el de rescatar al psicoanálisis del oscurantismo al que lo habían sumido los posfreudianos. Liberar los conceptos del embrollo sombrío en el que estaban sumidos, conmover la comodidad intelectual del silencio de las verdades no discutidas. La obra de Lacan florece en la aurora: es en el debate de las luces que interpela a los analistas a demostrar las razones de su práctica.


Soy freudiano.
Mucho puede decirse de las grandes influencias que lo habitan: fue un excelente psiquiatra formado en la mejor tradición francesa representada por Clérambault; un lector detallista de la obra de Freud al extremo de encontrar aristas insospechadas; se codeó con los surrealistas, apreció la tradición de los moralistas humanistas, conoció muy bien la modernidad filosófica de la mano de Koyré y de Kojève. Lector infatigable, hombre ávido, hizo del hambre pasión.

Se interesó por Occidente y por Oriente, por la historia y por los saberes de su época. Esta búsqueda sería infructuosa si se elide el voto que las convoca: que el psicoanálisis tuviese una incidencia en la cultura que sobrepasase su lugar como tratamiento curativo de las neurosis para afirmarse como una lectura de la civilización que trazase su marca en ella. Sus detractores lo acusan de infidelidad respecto de los autores citados, de poca rigurosidad, en suma: de traición. Pero Lacan no quería las aulas universitarias, y tampoco circunscribía su lugar como analista a los confines del consultorio. Así, su lectura de los textos guarda proximidad con la de un relato clínico, donde encuentra un dicho que sobrepasa lo que se intentaba decir. Lacan interpretó la cultura desde el psicoanálisis y, para poder hacerlo, tuvo siempre muy claro que no debía ser reabsorbido en ella.

Fue expulsado de la Asociación Psicoanalítica Internacional por haber cuestionado hasta qué punto los encuadres vigentes atentaban contra los principios mismos del psicoanálisis.

Fundó una Escuela que quiso fiel a esos principios. Inventó un dispositivo llamado “pase”, con el objetivo de que aquellos que atravesaron una experiencia analítica testimoniaran de sus efectos.

Ambicionó que esos relatos enseñasen que esa experiencia no se yergue en lo incognoscible. Quiso que se demostrase, en un acercamiento al orden científico, que la cura no es ajena a la lógica ni opuesta al rigor. Disolvió su Escuela cuando la vio alejarse de estos principios: amaba al psicoanálisis por sobre todo y no iba a renunciar a él en aras del confort, ese confort que –según sus palabras– era “raíz de corrupción”.

“Soy freudiano –decía–. A ustedes les tocará ser lacanianos.” Jacques-Alain Miller encarna hoy a ese “ustedes” y es su mejor intérprete. Sus oponentes lo acusan de haber aclimatado la enseñanza de su maestro para volverla accesible. Creo, más bien, que Miller combate a ese lector que sólo tomó de esa enseñanza un aforismo al extremo de repetirlo a cuatro vientos. Miller nos lleva a leer a Lacan a partir de sus preguntas. Lejos de haberlo simplificado, nos muestra a un Lacan que se da réplica a sí mismo y no al profeta que clama sus certezas.

*Analista de la EOL y de la AMP. Autora de Una mujer como síntoma de un hombre (Tres Haches).

No comments: